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lunes, 29 de noviembre de 2010

Cuando se muere

En primer lugar imagino que hay una gran sorpresa: uno no sabe que se está muerto.
Como síntomas encontramos el frío, la falta de deseo por cualquier cosa, no provoca llorar, gritar o sonreír, solo se está así sin decir, ni pensar, sin disentir. Sin sentir, tocar ni  crear nada.
Las pocas ilusiones que en algún momento formaron parte de la vida se han extinguido… no queda más que el tedio de un devenir sin ojos brillantes, sin destellantes lucecitas de esperanza, cero nitidez todo se ve fuera de foco,  uno ya no quiere encontrar ninguna imagen pura. Se ha detenido la búsqueda y el interés por cualquier cosa.
 El quebrantamiento y la debilidad se hicieron tan molestos y frecuentes que condujeron la vida hacia un lugar donde, con tanta luz, uno ya no quiere siquiera abrir los ojos.
Las lágrimas, que en otros tiempos facilitaron el paso de un estado anímico a otro, de la tristeza  o la rabia a la placidez, no se hacen presentes.
Los recuerdos son tan insulsos que se van perdiendo en el tránsito, de aquí para allá. Nada duele, los nervios se paralizan… así que  tampoco un abrazo o un beso no hacen ni la más mínima cosquilla.
No se es feliz pero no se está triste, sólo se está ausente. No se siente el olor del vino, ni del café… ni el hedor en una esquina oscura y escondida de una ciudad cualquiera. No se habita, simplemente se observa desde muy lejos,  como todos los demás apoyan su existencia en las pequeñas cosas,  que en realidad  importan. Esas mismas, que hacen de la vida humana un acontecimiento que se aleja de lo orgánico y la convierte en una exploración interminable, con posibilidades ilimitadas y juegos sin fin que nos hacen felices a veces, a veces no.

domingo, 28 de noviembre de 2010

¡Oh! Metro: Don't show me the destiny...

Como respuesta a los reclamos de una amiga, que dice "desde las elecciones no escribes nada... yo siempre abro el blog y nada nuevo...", volvemos a escribir, precisamente sobre la principal razón que ha hecho imposible físicamente (debido al cansancio, escribir...).

Durante los meses de ausencia, aunque sobre decirlo, he estado trabajando: arrastrando grandes rocas y lidiando con todo tipo de gentes y teniendo una que otra satisfacción...


Me levanto con el estado de ánimo al tope, quiero trabajar ¡ya! así que me levanto a las 3 a.m. me baño, visto y desayuno y tomo un autobus a las 5.30 a.m que me acerca a una estación del metro. Bajo del autobus compro mi tiquete y espero en la plataforma... primera sorpresa, anunciada por un policía bachiller: "señor usuario, próximo tren en dirección Niquía, con indicador verde, no realizará para en esta estación...Segunda sorpresa: "señor usuario, próximo tren en dirección Niquía, con indicador naranja, no realizará parada en las estaciones: Alpujarra, Prado y Tricentenario..." Ya llevo 15 minutos esperando el tren que me lleve a mi destino , se ve a lo lejos otro vagon y qué: resulta que es de indicador verde, al parecer no alcanzaré nunca mi destino, luego uno con inidicador naraja, verde, naranja...
El sueño y el mal humor no me dejan pensar, ha pasado media hora en la estación, hasta que la neurosis se apodera de mí, camino hacia el policía bachiller y le grito: "Es mi primer día de trabajo y esta es la hora de entrada ¡cómo es posible que ninguno de estos put#s trenes me lleve a Tricentenario!" El pobre me responde sonrojado que debo tomar el tren naranja, descender en la estación Caribe y esperar el próximo tren.
Resignada a llegar tarde, ya ni me apresuro, tomo el tren y sigo las recomendaciones del bachiller.
Llego al colegio y en la entrada, encuentro al señor rector sentado, el señor no saluda y exclama: ¡llega tarde!¡madrugue más mañana! Sigo caminando a la sala de profesores, me voy a la clase...

Bueno me pregunto si mi destino, tan anunciado por el Metro será siempre el mismo, siempre tan exasperante y aburrido, igual que el Metro.