…

jueves, 9 de enero de 2014

La servilleta




Para muchos no es secreto que los conejos son famosos, dejando de lado a Bugs Bunny, por las asociaciones que hacemos a diario acerca de su líbido: “se reproducen como conejos” y frases por el estilo.

Lo que no sabía yo, al menos hasta hace poco, era que estos peludos, abundantes y encantadores roedores eran utilizados como servilletas en la mesa de Ludovico Sforza y otros tantos fulanos hace ya varios cientos de años. He de aclarar que se utilizaba la piel de los conejos con el refinado y humano fin de limpiarse los restos de comida; los conejos permanecían vivos y eran enviados con el resto de los trastos sucios a lo que hoy llamaríamos fregadero, como puede uno constatar en las “Notas de Cocina” de don Leonardo Da Vinci.

Sin embargo, el último año he probado como uno pasa de empleado a “conejillo de indias”, a “chivo expiatorio”, pero sobre todo, cómo en algunas instituciones del departamento y de la ciudad  uno hace las veces de servilleta, es decir, de conejo para los fines nada heroicos y mucho menos mesiánicos de los mandos altos y medios, que aunque cristianos, están preocupados permanentemente por la apariencia (imprescindible para este pueblo), por el sueldo, por quedar bien, por exhibirse y marcar territorio. De esta forma ocultan su incompetencia, arrastrando consigo a quienes todavía trabajan con pasión, a los que aguardan y esperan obtener satisfacciones que no llegan con el pago de cada mes, con el crédito bancario aprobado y mucho menos con la adulación de sus jefes. Una cena plagada de gentes que en vez de estar del lado de la cooperación prefieren estar bajo un mandato, tan inclinados que han perdido sus extremidades y tan sólo cumplen la función de reptar en busca del beneficio propio, fulanos de actitud tan pobre que en la mayoría de los casos ni siquiera alcanzan el nivel del arribista. Esta actitud, tan común en nuestra “tacita de plata”, es la principal cualidad a la hora de encontrar empleo y luego para desempeñarse en en él, lo cual ha ocasionado que  muchos animalejos, con rastros de frívola humanidad, perpetúen cadenas de favores políticos y prácticas como el clientelismo, el amiguismo y un sinnúmero de “ismos” que poco favorecen el bienestar colectivo y el cumplimiento de la misión, visión y demás carajadas en boga, que sólo sirven para fanfarronear e involucrar a otros en el vicio, eterno y local, de la apariencia.

La educación en su estado actual y real de pobreza, maquillada con ideales y estándares como la inclusión, la calidad y la cobertura; está seriamente infectada por estos animalejos reptantes que convierten los procesos educativos en temas de exhibición y los planes (azares) culturales en espectáculos frívolos, carentes de sentido y fuera de contexto, espectáculos que no dan ni pequeña cuenta de su función primaria: el entretenimiento.

De casos como el de el profesor Camilo Jiménez que, valientemente, en un país como éste, se resiste a que sus estudiantes no se interesen en leer, en expresar una idea de forma clara y mucho menos en hacer una reflexión -así sea tosca-. De transcriptores y “copypasters” están llenas nuestras escuelas de calidad y la posición del señor Jimenez con respecto al alto porcentaje de docentes es muy diferente:  mientras unos obvian la carencia de iniciativa y la ineptitud (pensando en el cerebro como un artículo “descontinuado”) con camisas de Yves Saint- Laurent, Channel Nº 5, amenazas, acoso laboral, comentarios de pasillo que se van transformando en grandes verdades… Al resto minúsculo de educadores y demás engendros raros que trabajan con pasión, como dirían algunas señoras “le van buscando la caída” de quienes son sensatos. Ninguno de nuestros educadores está dispuesto a quedarse sin sueldo, es preferible para los amantes de la catástrofe servil, arrastrarse y comprar con tarjeta: rodilleras, guantes y casco para evitar moretones, fracturas y magulladuras como consecuencia por arrastrarse sobre las piedras. 

La fortuna de quienes terminen de leer esto con cordura, reside en que no han esperado nunca que caiga un poco de polvo y mugre de las investiduras de alguien más, para correr maquillar la descomposición inminente. 

Sabrán a estas alturas que he asistido a la cena en la cual la servilleta es un conejo. Confieso que no ha sido satisfactorio participar en ella en ninguno de los roles que se me ha propuesto: comensal y conejo.