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jueves, 2 de julio de 2020

¿Qué iba a ser de la escritura?

¿Qué iba a ser de la escritura? Me preguntaba entre la humareda misma y un diminuto e insignificante pabilo cuyo flujo no era continuo. Toqué mi cabeza una y otra vez con la “esperanza” de no soltar la nebulosa en la que yo solita andaba inmersa. Comencé a sudar, revisé el teléfono en busca de mensajes, resultado de la búsqueda: 0 mensajes- Me sentí aturdida, aplastada por una idea simple. Quise hacer rituales de despedida con esto, pero se interpone el pensamiento y la pendejada -no por tener carácter de pendejada sino por ser nociva- no merece ni un remedo de ritual, nada de duelos, nada de tusas, nada de extrañamiento, nada de nada.
Con todo el miedo del caso, a sabiendas de que me sólo me esperaba tranquilidad, miraba y esperaba a que mi golpe de suerte se consumiese solo. Pensaba en decir: no lo toqué, yo no fui. Estaba a punto de dar un zarpazo certero y bien merecido… Pensaba en el pasado y lo interesante que pareció todo a su lado.
Pareció… Recuerdo unas vacaciones en la playa, lejos del novio que tenía en aquel entonces, me fui con unas compañeras de la U, hice caso a su insistencia: ¡“Cusquis vamos, vamos”! Recién me había quedado sola y además fue una de las pocas veces que me enamoré “efectivamente” y me sentía particularmente sola. Me fui con un poquitito de dinero, en teoría no tenía que gastarme nada, en realidad no tenía que… Se acabó el dinero, el calor me poseía de forma asquerosa, la brisa era un recordatorio de abstinencia, no quedaba más acción que sumergir los pasos al atardecer bajo el mar rojizo y escarbar con los dedos en la arena apelmazada y fría.


miércoles, 1 de julio de 2020

El hombre viejo


Cada arruga en su menuda cara no trasciende, afirmar historiecillas tantas veces contadas que, finalmente, aumentan el insondable surco en sus arrugas. Plano pensamiento de espantoso cansancio, resignado y ausente de toda sonrisa profunda, condenada a los mismos desvíos y a las mismas excusas.
Así, quien de verdad es viejo posa de zorro, yace oculto tras las experiencias que narra, experiencia que, a la vista de muchos: no le ha servido para absolutamente nada.

Quien luce viejo y no se posa sobre anticuados pedestales del saber, es un niño que juega siempre. El hombre viejo es un pedazo de materia rancia que adolece por querer tener una frescura, que está tan martillada como entorpecida por el cansancio de su mente y la fatiga a conveniencia de su cuerpo. El hombre viejo lucha por revertir el tiempo a la vez que lo pierde. 


sábado, 20 de junio de 2020

El paso de la pandemia (1)

Casi ni estoy tomando fotos, mi oficio actualmente casi está reducido a una suerte de atención al cliente, a una especie de “Call Center” con estudiantes y profesores como lo dijera mi querido amigo Luis. 

La pandemia no pasa, veo pues, con extrañeza, que me invade un halo de duda en este instante: el título no “casa”con la realidad, pero ya qué.

Mientras trato de escribir en el abandono este, llega el perro Clímaco, da unas cuantas vueltas cerca de mi, meneando la cola y poniéndome su cabeza en la mano casi gritando “Oiste vine a que me des una dosis de mimos... Mira: muevo la cola, me paro en dos patas y subí las escalas, parame bolas”. Me detengo a acariciar el perro mientras la acción se encarga de dispersar los ruidos que perturban mi existencia: encendido de moto, alarma de automóvil, la vecina gritando sin necesidad, camión transportador de concreto en movimiento. A la alerta del helicóptero pasando me desconcentro en los mimos, el perro se va. Veo además que se me enfrió el café y me queda un sólo cigarrillo, antes de que me posea el pánico, busco el estilógrafo para hacer tres trazos de cualquier cosa y ocupar las manos de tomar el último rollito de tabaco. Tampoco tengo trago, carajo, me paro al cuarto de baño, me lavo la cara y bajo a la cocina a prepararme un café, mi comportamiento no está sirviendo para conservar el cigarrillo sin encender por un rato más.

Cómo era de esperarse, en mi comodidad asalariada, maldigo los últimos días del mes (pues ya se ha terminado el dinero), reviso el saldo de la cuenta bancaria, veo el cigarrillo ahí y pienso: “pues será fumar en dos tandas.” Se me seca el agua para el café, el pánico sigue al acecho mientras revoloteo como una polilla y me doy golpes contra una bombilla encendida. Cero. 

Sigo tratando de hacer algo con el estilógrafo, sólo salen puntos. Regreso a la cocina, veo la prensa francesa, le pongo tres cucharadas de café a la vez que veo que los bordes del vidrio están húmedos y se quedan algo del café pegado al vidrio. Enciendo la estufa, tomo una olleta y pongo de nuevo el agua. Casi sin darme cuenta cuando el agua está a punto de hervir, he terminado de fumarme el último cigarrillo que me quedaba. A punto de llorar, pongo el agua en la prensa, tapo y espero con la colilla del cigarrillo en la mano.

Será tomar café.