Casi ni estoy tomando fotos, mi oficio actualmente casi está reducido a una suerte de atención al cliente, a una especie de “Call Center” con estudiantes y profesores como lo dijera mi querido amigo Luis.
La pandemia no pasa, veo pues, con extrañeza, que me invade un halo de duda en este instante: el título no “casa”con la realidad, pero ya qué.
Mientras trato de escribir en el abandono este, llega el perro Clímaco, da unas cuantas vueltas cerca de mi, meneando la cola y poniéndome su cabeza en la mano casi gritando “Oiste vine a que me des una dosis de mimos... Mira: muevo la cola, me paro en dos patas y subí las escalas, parame bolas”. Me detengo a acariciar el perro mientras la acción se encarga de dispersar los ruidos que perturban mi existencia: encendido de moto, alarma de automóvil, la vecina gritando sin necesidad, camión transportador de concreto en movimiento. A la alerta del helicóptero pasando me desconcentro en los mimos, el perro se va. Veo además que se me enfrió el café y me queda un sólo cigarrillo, antes de que me posea el pánico, busco el estilógrafo para hacer tres trazos de cualquier cosa y ocupar las manos de tomar el último rollito de tabaco. Tampoco tengo trago, carajo, me paro al cuarto de baño, me lavo la cara y bajo a la cocina a prepararme un café, mi comportamiento no está sirviendo para conservar el cigarrillo sin encender por un rato más.
Cómo era de esperarse, en mi comodidad asalariada, maldigo los últimos días del mes (pues ya se ha terminado el dinero), reviso el saldo de la cuenta bancaria, veo el cigarrillo ahí y pienso: “pues será fumar en dos tandas.” Se me seca el agua para el café, el pánico sigue al acecho mientras revoloteo como una polilla y me doy golpes contra una bombilla encendida. Cero.
Sigo tratando de hacer algo con el estilógrafo, sólo salen puntos. Regreso a la cocina, veo la prensa francesa, le pongo tres cucharadas de café a la vez que veo que los bordes del vidrio están húmedos y se quedan algo del café pegado al vidrio. Enciendo la estufa, tomo una olleta y pongo de nuevo el agua. Casi sin darme cuenta cuando el agua está a punto de hervir, he terminado de fumarme el último cigarrillo que me quedaba. A punto de llorar, pongo el agua en la prensa, tapo y espero con la colilla del cigarrillo en la mano.
Será tomar café.
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