De los pocos recuerdos terribles que me quedan de la vida universitaria, llegar a cocinar es el peor de todos, a parte de B, en fin. Al comienzo pues como tenía mamá que me dijera: "mija que quiere comer o al menos preguntaba ¿quiere comer? y yo, pues claro, después de tres cervezas y nada de mecato en Carlos E., por supuesto que me quería tragar el mundo...
Después ya no había mamá, vivía sola, así que las escasas veces que fui a mercar, invertía la tercera parte de la platica en baguette, pan danes, jamoncito, queso, mostaza y papas, así que no es difícil concluír que comía Nelly a penas llegaba a casa con sus cervecitas encima: un sanduchito o en su defecto pasta con algo. Los fines de semana cuando estaba en casa, ahí sí: frijoles, sopita, cremita, carnita, jugo, super ensalada... tiempos aquellos.
Luego vino la época de compartir casa, así que era más sencillo lo de preparar la comida, porque sanduche siempre cuando son dos da cuenta de la pereza, además es bueno cuando había alguien más, ya sea porque hay con quien comer o porque las cargas repartidas son mejores y por supuesto porque cocinar para dos, es más placentero que cocinar para uno solito.
Con el pasar de los años, de la U y todo eso, imaginen, que uno trabaje todo el jodido día, llegue a casa en la noche y la cocina esté tan sucia que da pereza hasta mirarla, uno se vaya a otra parte de la casa, pero con hambre acompañada de pereza de volver a lavar la puta cocina, y encima tener pararse a preparar algo, porque además, eso siempre pasa cuando no hay pan, galletas, jamón, ni nada pa' la emergencia, vaya Darwin era bueno pero las leyes de Murphy resultan más frecuentes... en todo caso, le toca a uno pararse en la cocina con la espalda vuelta mierda, con ganas de tumbarse en la cama, con ganas de babearse frente a la t.v pero no, ¡no se puede! el estómago clama por algo, y si uno se relaja un momento, se quema la tan amada y deseada comida. Bueno no sería tanta mi ira, si viviera sola aún, pero como no es así, me crece el pelo de la neura porque encuentro a alguien que hace maricadas todo el día, ni lavar un plato, ni cocinar para sí, ni pensar en sí mismo, ni siquiera pasar bueno, ni siquiera preguntar por cortesía: -¿querés tomar algo? Ni siquiera para quitarse la llaga de estar acostado todo el puto día, haciendo lo mismo, todo el día, todos los días, casi un año, mucho de la vida de alguien, que casi ni te nota el cansancio.
Pero bueno, c'est la vie, ni modo de regañar a nadie, ni modo de nada ¡A mantequiar! que la mamá aquí es usted. ¿Está bien mi interpretación de los hechos, cierto?
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